Conociendo a...

25 MAY 2023

Conociendo a...

El 10 de enero de 1961, Dios me concedió la gracia de venir al mundo como el hijo primogénito de nueve hermanos, dos de ellos fallecidos; uno al nacer y el otro a los tres meses (gemelos). Mis padres, Fernando Hernández Castro y Flor María Barboza Castro; mis abuelos Florentino Hernández (Melico), Bautistina Castro (Tina), Rafael Barboza y Josefina Castro (Fina). Como los niños de la época, nací en casa, en Monte Redondo de Aserrí, asistido por doña Isolina la partera oficial del pueblo.

A los 17 días de nacido, fui bautizado por el padre Chinchilla en San Ignacio de Loyola Acosta y, al amparo de mis padres, mi niñez trascurría entre cafetales, ríos, calles polvorientas y noches estrelladas entre el amor de abuelos, tíos y tías, con quienes empecé a conocer la vida. 

Recuerdo, como anécdota, que siendo muy niño solo conocía dos personas diferentes: uno el señor con corbata que pagaba a los peones los fines de semana y el sacerdote que daba misa los domingos a las ocho de la mañana. Un día le dije a mi papá: cuando crezca me voy a poner la ropa del señor que da la misa; quizá tenía 4 o 5 años, cuando se me ocurrió que yo quería participar en la misa que, por cierto, era muy estricta y el padre Juan Figueroa muy bravo. Y tuve la maravillosa idea de, en media consagración, cantar el lechero, única canción que me sabía y escuchaba en la radio de transistores de mi padre, quien ponía la emisora de Radio Rumbo. 

Mi familia era muy pobre, de las que se andaban cambiando de casa constantemente. Buscando, por parte de mis padres, un mejor porvenir pasé por tres escuelas hasta que, a los diez años, echamos raíces en mi querido Aserrí, donde tuve la oportunidad de hacer mi secundaria, entrar a grupos de la iglesia como monaguillo, en la legión de María Juvenil, en Renovación Espiritual Católica ser parte de los grupos de jóvenes y ser un, más o menos, reconocido corredor y atleta de mi cantón. 

Fue así como entre amigos, amores y oraciones se me fue inclinado la balanza por el deseo de entrar al seminario, sobre todo, muy inspirado por Luis Paulino Jiménez, seminarista en aquel entonces, a quien admiraba por su piedad y capacidad intelectual. Él mismo, tras un periodo de dos años después de salir del colegio y trabajar en tiendas y fábricas, me llevó al seminario. El domingo 7 de marzo de 1982 a las 7 de la noche, di mis primeros pasos en el seminario en donde pasé seis años ininterrumpidos hasta que el 8 de diciembre de 1987 me ordenó sacerdote monseñor Román Arrieta Villalobos. 

Durante mi estancia en el seminario, tuve la gracia de Dios de que en 1983 recibimos al papa, hoy San Juan Pablo II. Celebré mi primera misa el 19 de diciembre en Aserrí, predicada por el padre Carlos Hernández, hoy cura párroco de Santa Teresita en San José. 

Ya como sacerdote, fui nombrado por primera vez como vicario parroquial en Santiago de Puriscal con el padre Alberto Delgado. Al cabo de un año, fui trasladado a la parroquia de los Ángeles de Heredia, donde se encontraba como párroco el padre Carlos Hernández. En 1990, fui trasladado como cura párroco a la Parroquia Inmaculada Concepción de María en Tucurrique, donde permanecí ocho años, tiempo en que se construyó la nueva casa cural y tuve la oportunidad de trabajar en muchos proyectos comunales a la par del trabajo pastoral. Durante esta estancia, también fui nombrado como capellán de la Fuerza Pública, donde permanezco hasta ahora. 

Mi siguiente parroquia fue San Juan Norte, Cartago, donde permanecí siete años. Ahí se erigió la Diócesis de Cartago; por tanto, mi parroquia y yo debimos haber quedado en Cartago según lo que declara la Bula correspondiente. Sin embargo, extrañamente, la parroquia y mi persona seguimos en la Arquidiócesis de San José. Gracias a eso, fui trasladado a la parroquia de San Ignacio de Loyola en Acosta, donde, como lo mencioné al principio, fui bautizado, y guardaré siempre el recuerdo de que siendo cura párroco tuve la dicha de restaurar la pila bautismal donde Dios me hizo nacer en la vida cristiana.

Así, trascurrieron mis primeros 22 años de vida sacerdotal prácticamente en la vida rural, entre miles de anécdotas que algún día les contaré y gracias por doquier de esas que solo Dios sabe dar. Es a partir de mi llegada a San Rafael Arcángel en San Rafael Arriba de Desamparados cuando sentí que me esperaba otra etapa de mi vida en comunidades más urbanas con realidades muy distintas a las vividas en el ambiente rural. Después de cinco años en San Rafael y siete años en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús en Hatillo, el Señor me tiene en esta hermosa parroquia de San Diego de Alcalá en la Unión, ya con 35 años de ordenado y aún con la ilusión de cuando me ordené en 1987. 

Son muchas las cosas buenas que Dios me ha dado, hoy estoy en nuevos ambientes, con nuevos retos. No obstante, siempre como el padre de la lluvia de los confites confiando en aquella frase de San Pablo a los Romanos que ha inspirado mi vida sacerdotal “si vivimos para Dios vivimos, si morimos para Dios morimos” (Rom 14, 8) y amparado por la Virgen María, bajo el nombre de María Auxiliadora.

Padre Fernando Hernández Barboza,

Cura párroco de San Diego de Alcalá.

La Unión, 24 de mayo 2023.

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1 comentario

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Kathia Castro ( 31/05/2023 23:24 )

Dios te bendiga Padre Fernando !!! Y mantengas tu espíritu lleno de amor y gracia para con los feligreses 🙏🙏🙏 quiero resaltar algo que me gusto mucho es que usted cuando termina la misa, fuera del templo despide a todos se siente muy bonito 💪💪💪

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